lunes, marzo 21, 2011

LA CASA INUNDADA

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Felisberto Hernández, novelista; 1902-1963.
Otras obras: Fulano de tal, Libro sin tapas, La cara de Ana, La envenenada, Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Nadie encendía las lámparas (novelas); Tierra, de la memoria, Las hortensias (novelas póstumas) y relatos.
Género y corriente: Cuento surrealista.
Estructura: No presenta divisiones.
Sinopsis: Todo empezó cuando Alcides, el novio de la sobrina de la señora Margarita, la protagonista, halló al narrador pobre y hambriento: "Alcides me encontró en Buenos Aires en un día que yo estaba muy débil, me invitó a un casamiento y me hizo comer de todo." En esa misma oportunidad se empeñó en conseguirle empleo y, "ahogado de risa", le habló de Margarita, una "atolondrada generosa" que podía ayudarlo a superar esa crisis.
Mar garita era una viuda que había mandado inundar una casa, "según el sistema de un arquitecto sevillano que también inundó otra para un árabe que quería desquitarse de la sequía del desierto", pero nadie sabía el motivo de tan extravagante idea.
Cuando la viuda, un poco rara y trastornada, se enteró del asunto, se constituyó en mecenas del escritor, "y en el verano próximo, si yo sabía remar, me invitaría a la casa inundada".
Y así sucedió, en efecto. Pero además de aquel requisito tan extraño e incomprensible, la señora Margarita pedía también al pobre de Alcides, como, única condición, que él escuchase la historia que algún día ella tal vez le contaría. "Quisiera que usted estuviera tranquilo en esta casa; es mi, invitado; sólo le pediré que reme en mí bote y que soporte algo que tengo que decirle. Por mi parte, haré una contribución mensual a sus ahorros y trataré de serle útil. He leído sus cuentos a medida que se publicaban."
La descripción que el autor hace de la exótica y extraña casa es de una fantasía fuera de lo común. En un pequeño atracadero empezaba el canal, "la avenida de agua"; desde allí, tocando la campana colgada de un plátano, de la casa se "desprendía" un bote verdoso que venía a buscar a los visitantes, tripulado por un hombre de blanco. El frente de la casa estaba cubierto de enredaderas. Al llegar a ella, el botero ató la soga de la barca "a un gran sapo de bronce afirmado en la vereda de la derecha". Adentro, todo estaba inundado, menos una fuente central llena de tierra y plantas que semejaba una isla. Por otra parte, según se enteró por el botero, la señora Margarita "no quiere que tiren papeles ni ensucien el piso de agua Esa primera noche, en la casa inundada, estaba intrigado con lo que la señora Margarita tendría que decirme, nie vino una tensión extraña y no podía hundirme en el sueño."
Al día siguiente conoció a la dueña de la casa. "Era muy gruesa y su cuerpo sobresalía de un pequeño bote como un pie gordo de un zapato escotado." Desde entonces, y durante muchos días, él se dedicó a pasearla en lancha alrededor de la pequeña isla de plantas, "colocado detrás del cuerpo inmenso de la señora Margarita", esperando con enorme curiosidad la historia prometida.
En varias ocasiones le pareció que ella iba a hablar de la cuestión, sin embargo "sólo se deslizaban en el silencio del agua". Finalmente, luego de días de resignación y aburrimiento, llegó la tan ansiada historia, muy distinta a la que él se había imaginado.
Cuatro años antes, en el patio del hotel de una pequeña ciudad italiana donde ella se hospedaba, vio de pronto una fuente de agua que ora le parecía una mirada falsa en la cara oscura de la fuente de piedra; ora que la veía inocente o que la llevaba en los ojos, y entonces caminaba con cuidado para no agitarla; o también le parecía que era poca, sucia, y que el agua la observaba, algunas veces, por entre hojas que no alcanzaban a nadar; otras ocasiones, sintió que alguien quería comunicarse con ella y que había dejado un aviso en el agua y por eso ésta insistía en mirar y ser mirada; cuando veía al agua distraída, pensaba que no le daría ningún aviso ni la comunicaría con nadie.
A partir de entonces pensó que nunca debía abandonar el agua, porque ésta era como una niña que no podía explicarse. Además, por primera vez, también supo que se deben cultivar los recuerdos en el agua, pues ésta elabora lo que en ella se refleja y recibe el pensamiento; el agua lo penetra y él nos cambia el sentido de la vida. La señora Margarita concluyó diciendo: "El agua es igual en todas partes y yo debo cultivar mis recuerdos en cualquier agua del mundo."
Esa noche, antes de dormir, él se dio cuenta de que había pensado demasiado en la señora Margarita y, a veces de manera culpable, se identificó con ella en sus ideas, le atrajo "como una gran ola, no me dejaba hacer pie" y él no podía defenderse; hasta se imaginó "cómo sería yo casado con ella". Indudablemente, sus amigos dirían que lo hizo por dinero, y sus antiguas novias se burlarían de él al verlo caminar detrás de esa inmensa mole que sería su mujer. Pero eso a él no le hubiera importado. Por otra parte, cuando la señora Margarita le pidió que se fuera unos días a Buenos Aires, mientras ella, limpiaba la casa, él se sintió muy triste y desanimado.
En cuanto recibió la orden de volver, "me lancé a viajar con una precipitación salvaje". La mañana que llegó era radiante y habían puesto plantas nuevas en la casa, "pero sentí celos de pensar que allí había algo diferente a lo de antes". La señora Margarita volvió a su historia luego de ayunos días, aunque sin agregar nada nuevo.
Finalmente, una noche, lo hizo partícipe de un extraño rito: ella parecía asistir a su propio velorio, acostada en su cama y a su alrededor velas que arrastraba una corriente de agua- Él, en silencio, tomó el bote y se alejó remando hasta su cuarto. Esa misma noche, aunque más tarde, la señora Margarita lo volvió a llamar y retomó su historia. Lo que más quería —le explicó— era comprender el agua. Luego, contra su costumbre, ella le tendió la mano al despedirse.
Al día siguiente, cuando fue a la cocina, alguien le entregó una carta; en ella, la señora Margarita le decía que daba por terminados sus servicios y que podía regresarse a Buenos Aires. "Le tomé simpatía y por eso quise que me acompañara todo este tiempo; de lo contrario, le hubiera contado mi historia en seguida y usted tendría que haberse ido al otro día; gracias por su compañía y que sea feliz, creo que buena falta le hace." Terminaba la carta diciendo que le dedicaba su historia a José, "esté vivo. o esté muerto", y con ello se cierra la narración.
Este cuento es bastante extenso y muy raro, con ribetes alucinantes que nos hacen pensar en las situaciones absurdas de los personajes kafkianos. La historia, narrada en primera persona y a modo de recuerdo, está fuera del tiempo, pero lleno de asociaciones, lo que ha abierto nuevos caminos narrativos a la literatura moderna.
Según la crítica, Filisberto Hernández es un escritor que no se parece a ningún otro, ni europeo ni latinoamericano, pues escapa a toda clasificación y encasillamiento. La casa inundada es un ejemplo de ello.

LA CARRETA

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Autor: Enrique Amorim, narrador y poeta; 1900-1960.
Otras obras: Tangarupá, El paisano Aguilar, El caballo y su sombra, La luna se hizo con agua, El asesino, desvelado, La victoria no viene sola, Todo puede suceder, Corral abierto, Los montaraces, La desembocadura, Eva Burgos [póstuma] (novelas); La trampa del pajonal, Del uno al seis, Temas de amor, Los pájaros y los hombres, Amorim, Las quitanderas, Después del temporal (cuentos) y libros de poemas.
Género y corriente: Novela realista.
Estructura: Está dividida en 15 capítulos.
Sinopsis: Después de haber atravesado pantanos y caminos, fiestas y guerras, el carromato detiene su movimiento y cambia de forma: "La carreta, apenas separados los bueyes, tomó las apariencias de una choza. Echó una raíz [ ... ] Parecía un rancho de dos pisos". Sin embargo detenida, sin su acostumbrado traqueteo sinónimo de vida, la carreta no puede seguir existiendo, porque "a los tres días un tropero se llevó los bueyes [...] Desde aquel momento la carreta empezó a hundirse en la tierra."
Durante la primera etapa de su viajar, la carreta es el medio de transporte y hogar de un pequeño circo. Matacabayo, envejecido atleta, se une con sus dos hijos a la tropa nómada, atraído por la cincuentona Secundina.
El circo, en apuros financieros, se transforma paso a paso en burdel ambulante. El director don Pedro, el artista Kaliso y el Flaco Sebastián resienten la nueva ocupación de las mujeres —las hermanas Clorinda y Leonina Felipe y las "chinas pasteleras" Rosita, Petronila y Leopoldina, entre otras— y organizan una burla a costa de ellas, lo cual provoca la disolución del circo. El director, Leonina, Sebastián y Kaliso se quedan en el lugar, mientras la carreta y los demás continúan su viaje.
Secundina se erige en la "mandamás" de las ahora prostitutas, manejando junto con Matacabayo el nuevo negocio. De fiesta en fiesta por pueblos y rancherías, la carreta cambia de pasajeros a medida que prosigue su marcha.
Clorinda, Rosita y Secundina desaparecen, en tanto que otras figuras —la joven Florita y los brasileños Paujuan, organizadores de carreras de gatos, y Brandina— surgen al escenario. Más tarde muere Matacabayo, en su intento por reunir en el viejo carromato a un caudillo revolucionario y a su novia.
"Misia Rita", protegida del viejo tropero Marcelino Chávez, es ahora la dueña de la carreta.
Las prostitutas llegan a conocer, con el correr de los años, el universo masculino del campo uruguayo, hombres de todas las clases sociales y caracteres singulares: Marcelino Chávez, quien perdió a su esposa y "desde hace tiempo no lo puede hacer"; el ranchero don Cipriano, "frío e indiferente con las mujeres"; comisarios como Nacho Generoso, que disfrutan los servicios de las prostitutas para luego, cansados de ellas, expulsarlas del pueblo; un capitán enfurecido por el rechazo de una de las "quitanderas" quien, en venganza, deja que sus seis marineros la violen; el tímido marica Correntino, hijo de la "mandamás" sin que él lo sepa, que se hace hombre en brazos de Petronila, pero otra vez se vuelve mariquita luego de la despedida de su amante; el ranchero don Caseros, "animal manso, mañoso y cachaciento", quiere desflorar a Florita, pero fracasa ante el comportamiento infantil de la treceañera; Luciano, "paisano decidido y valiente", quien finalmente desvirga a Florita...
Chiquiño, hijo de Matacabayo, al unirse con Leopoldina y llevar una pacífica existencia ranchera, tiene su propia vida fuera del vetusto vehículo, sin embargo, la vida de la pareja toma un giro trágico por la infidelidad de ella y los celos de él. Leopoldina lo engaña con el vecino Pedro Alfaro, y Chiquiño en venganza "...le asestó una puñalada que tumbó a Alfaro del caballo "; luego, "con un tajo de oreja a oreja, separó del cuerpo la cabeza de su enemigo. En el barro fresco, a pocos pasos de su rancho, quedó tendido el cuerpo de Alfaro". Pero posteriormente Chiquiño vuelve, levanta el cadáver y lo arroja en el chiquero; las bestias se lo pelean a dentelladas y "en un segundo, andaban las piernas de Pedro Alfaro por un lado, los brazos por otro." Cuando regresa a su rancho, donde halla "a su china dormida boca abajo, hundida en el sueño, como él en el crimen", no le hace nada.
Luego de seis años de cárcel, muerta entre tanto Leopoldina, Chiquiño se enfurece y angustia ante el rumor de que su mujer había deseado ser enterrada con el cuchillo de Pedro Alfaro. Como aún la quiere a su modo, busca la tumba de "la finadita" para desenterrar su cadáver y lavar cuidadosamente los huesos en las límpidas aguas de un arroyo, pues "él debía arrancar a su china de las uñas del diablo". Finalmente, Chiquiño muere a manos de dos  pantaneros", sus rivales de trabajo.
El fin de la carreta se acerca con la muerte de "Misia Rita", la "mandamás", cuando el turco Abraham José, en ausencia de Chávez, la envenena para adueñarse de Brandina.
La caravana se disuelve. El turco vende por su cuenta los bueyes. Sin ellos, la carreta se detiene para siempre y se convierte en rancho. Allí se quedan a vivir Abraham José y Brandina; Petronila se va con un sargento; en tanto que el viejo tropero, Marcelino Chávez, se lleva consigo a Rosita rumbo al Brasil.
La obra se cierra con la visión de la pareja que, montada a caballo, sigue "el camino interminable, bajo el claro signo de un cielo altísimo y azul".
De moderna estructura abierta, estilo sencillo y ágil, salpicado del habla campesina que el autor intercala en los diálogos, y con una trama cuya unidad de acción se centra en la simbólica figura lenta y maltrecha del viejo carromato, la obra posee el encanto de una lectura fácil y amena.
Obra publicada en 1929, se ambienta en el campo uruguayo. Sus personajes llegan y desaparecen en los llanos lugareños, pero la imagen simbólica de la carreta, llena de significado a partir de la carga humana que transporta, está presente de principio a fin de la novela. Ella es la protagonista de la obra.
Dentro de la carreta se desenvuelven todos los avatares de la vida; de hecho, el carro simboliza la vida misma. El vehículo avanza con parsimonia: "Pasó la carreta. Tan lento era su andar que cambiaban antes las formas de las nubes que de sitio su lomo pardo. Se diría que la iban arrancando a tirones de la tierra, aferrada a ella. Una piedra grande, tirada por una yunta de bueyes." A la sombra de la carreta crecen, aman, trabajan y mueren tanto hombres, como mujeres.
La carreta, sin entrar en honduras psicológicas ni análisis sociales, describe las costumbres y el modo de vida marginales de ciertos grupos rurales uruguayos a principios de siglo.

EL HIJO

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Autor: Horacio Quiroga, narrador y periodista; 1878- 1937.
Otras obras: El crimen del otro. Cuentos de amor, de locura y de muerte, Cuentos de la selva [para niños], El salvaje, El desierto, Los desterrados, Más allá, (cuentos), historia de un amor turbio, Pasado amor (novelas); Los perseguidos (novela corta); Los arrecifes de coral (prosa y verso); Suelo natal (lecturas escolares para 42 grado), etcétera.
Género y corriente: Cuento realista.
Estructura: No presenta divisiones.
Sinopsis: "Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación". Un niño de trece años sale a cazar a la selva; lleva una escopeta y los bolsillos repletos de cartuchos. Su padre le aconseja que tenga mucho cuidado y regrese al mediodía para comer. En el diálogo se pone de manifiesto la incansable preocupación paterna y la inconsciencia infantil y risueña del chico. El muchacho se despide con un beso y parte. "Su padre lo sigue un rato con los ojos, y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño."
El padre sigue también con el pensamiento el recorrido de su hijo por el monte: la picada roja, el abra de espartillo, la linde de cactos, el bañado. El hombre está orgulloso y satisfecho de su vástago. Lo ha educado para que pueda valerse por sí mismo, haciéndole tomar conciencia de los peligros que acechan en la selva, por eso lo ha adiestrado para luchar contra la naturaleza, que en ese ambiente sobrecogedor y salvaje significa luchar en defensa de la propia vida. Para ello ha debido vencer no sólo sus sentimientos paternales, sino también otras preocupaciones que lo atormentan, "porque ese padre de estómago y vista débiles sufre desde hace tiempo de alucinaciones".
De pronto, no muy lejos, suena un estampido. "Dos palomas de menos en el monte—piensa el padre—", y se abstrae de nuevo en su tarea.
y
Pasa el tiempo. El calor se acentúa, resecando la naturaleza y las mentes humanas. "El sol, ya muy alto, continúa ascendiendo. Adonde quiera que se mire —piedras, tierra, árboles—, el aire, enrarecido corno en un horno, vibra con el calor."
El padre se inquieta y echa una mirada al reloj, son las doce. Su hijo debía estar ya de vuelta. Intenta tranquilizarse pero no puede. Se angustia. Las doce y media. Piensa entonces en el estampido que oyó hace tres horas. Después de ése no ha habido otros...
Desesperado, el hombre sale al monte. Lleva la cabeza descubierta, "al aire libre", lo que es campo propicio para desvaríos y alucinaciones, una mente quemada por el ardiente sol del mediodía. Sigue el trayecto acostumbrado por su hijo, pero no halla ni el menor rastro de él. Entonces una certeza desgarradora hace presa de su ánimo, "adquiere la seguridad de que cada paso que da lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo".
Cada vez más angustiado, lo busca en vano, "y vuelve a otro lado, y a otro, y a otro..." Lo llama con voz de llanto: ¡Chiquíto!". Pero a su alrededor sólo responde el silencio de la selva picada por el poderoso sol del mediodía que, sin embargo, será roto por los gritos desolados del padre que, "envejecido en diez años", poco a poco va enloqueciendo.
De pronto, al límite ya de sus fuerzas, ocurre el encuentro donde se mezclan la congoja y la felicidad. El hombre "ve bruscamente desembocar de un pique lateral a su hijo". Sí, es su Chiquito, quien al verle tan angustiado apresura el paso y se le acerca con los ojos llorosos de emoción. El padre, exhausto pero ya sereno, "se deja caer sentado en la arena albearte, rodeando con los brazos las piernas de su hijo". El niño le acaricia la cabeza. La pesadilla terminó. Ya van a ser las tres de la tarde. Y juntos ahora, padre e hijo emprenden el regreso a la casa. Por el camino dialogan familiarmente; el niño explica su tardanza; él "lleva pasado su feliz brazo de padre" sobre los hombros de su hijo. "Regresa empapado de sudor, y aunque quebrantado de cuerpo y alma, sonríe de felicidad", pero el hombre "sonríe de alucinada felicidad. Pues ese padre va solo. A nadie ha encontrado, y su brazo se apoya en el vacío. Porque tras él, al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púas, su hijo bienamado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana". La dolorosa realidad se pone así de manifiesto en este desenlace trágico, que contrasta con la hermosa realidad ficticia que está viviendo el padre.
El hijo, cuento escrito en su madurez, es uno de los más logrados de Horacio Quiroga. Emoción, paisaje, expectativa, juego psicológico se combinan en una trama concisa rematada por un final sorpresivo que es, según la crítica moderna, el mérito superior de un buen cuento, y Quiroga sabe cerrar con broche de oro la peripecia de su narración.
Este cuento forma parte del libro Más allá, publicado en 1934, y pertenece a la serie de los llamados por el propio autor "cuentos de monte" o "a puño limpio", relatos realistas cuyo escenario es la selva, el desierto o el monte, donde se pone de manifiesto la fuerza de la naturaleza contra la cual el hombre lucha para sobrevivir.
La narración está en tercera persona del presente, y se desarrolla en el ambiente selvático de la provincia argentina de Misiones, como la mayoría de los relatos de monte de este autor.
La anécdota es sencilla y lineal, pues el valor del cuento radica en el juego psicológico y en las emociones en que el autor ahonda y de las cuales se vale como principal móvil del relato.

CHICO CARLO

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Autor: Juana de Ibarbourou, nombre literario de la poetisa Juana Fernández Morales de Ibarbourou, en 1929 le fue conferido el título de "Juana de América" por su calidad humana y artística; 1895-1979.
Otras obras: Las lenguas de diamante, Raíz salvaje, La rosa de los vientos, Loores a Nuestra Señora, Perdida, Azor, etc. (poesía); El cántaro fresco, Éjemplario, Estampas de la Biblia (prosa poética) y Los sueños de Natacha (teatro para niños).
Género y corriente: Cuento para niños.
Estructura: Consta de un prólogo y 17 relatos.
Sinopsis: Ya adulta, Susana rememora con añoranza su niñez; sucesos, paisajes, episodios sencillos y humildes que se van delineando y enhebrando a partir de los seres más queridos para ella. Entre éstos resalta con singularidad la figura de Chico Carlo, "despiadado con todos, pero de una áspera ternura para mi. Yo lo adoraba", y a quien el volumen debe el título y dos narraciones, "Chico Carlo" y "Chico Carlo y su rifle". Ambos relatos muestran la atractiva personalidad del nunca más visto y siempre añorado compañero de juegos y fantasías, que se agiganta ante la mirada infantil de Susana por su carácter seguro, orgulloso y decidido.
La vida infantil, llena de sueños y fantasía difícilmente comprendida por los adultos, nos es dada a conocer en "La mancha de humedad", donde Susana proyectaba cuanto apetecía su imaginación: ríos, árboles, monos y guacamayos, "duendes y rosas, mundos y cielos".
En "La mujer de Barba Azul", la niña imagina que en la única casa de dos pisos existente en el pueblo vive la mujer de BarbaAzul, porque todos la llaman la viuda y nunca sale a pasear; pero un buen día, Susana acompaña a su madre a dar el pésame a la viuda por la muerte de su hermana, y descubre que la verdad está lejos de su fantasía. "Se me derrumbaba mi cuento maravilloso. Perdía mi ilusión. Tuve la sensación de que me empujaban al vacío. No pude más y apoyando la cara contra el brazo de mi madre, estallé en sollozos." Por el mismo estilo es "La niña, el príncipe y el café con leche".
"La guerra nos relata cómo creen los niños que son las guerras y, para explicarse su existencia, recurren a intervenciones de magos y duendes. Quieren y buscan acabar con ellas, pero en su quimera se enfrentan con los odios entre adultos, que aun dentro de la iglesia subsisten.
Tilo, la inseparable mascota de la niña, vive en su recuerdo como un perro gracioso y fiel que despierta en la protagonista sentimientos tan tiernos y amorosos como los de la madre hacia ella, y lo defiende de su madrina —personaje a quien quiere entrañablemente—; cuando ésta se atreve a decir que el perro es feo y corriente, Susana se enoja y protesta: "No, madrinita. Tilo no es feo ni ordinario. Vino de la China. Lo trajo don Francisco Cuestas cuando fue a comprar el surtido de invierno para la tienda. Su mamá es una princesa y su ama de leche tomaba mate en una calabacita de oro con perlas."
En el relato "La nodriza y el cielo", Feliciana es la protagonista. Susana nos cuenta de su llegada a la casa familiar en calidad de nodriza, de la muerte de su hijo y del cariño que luego guarda a la familia, con quien finalmente se queda a vivir.
De cómo Feliciana le enseña a hablar una lengua mezcla de portugués y español, y cómo su infancia se puebla de duendes, que le ayudan a solucionar secretos en la vida cotidiana. Más adelante, en "Duendes de cerro Largo", se narra la relación entre Susana, Feliciana y esos duendes amigos.
La muerte vista desde los seis años resulta pintoresca y atractiva, el cementerio se equipara a la casa de los parientes más queridos; repartir flores entre las tumbas de los desaparecidos se convierte en pasatiempo semanal muy disfrutado. Las visitas al camposanto despiertan la imaginación de Susana y su amiga Margarita; lo que más desean ambas es poder comprar una corona mortuoria, y se prometen que cuando una muera la otra se la comprará. "Margarita se durmió para siempre antes de poseer ninguna, ni siquiera la primera, pues como su padre hacía gala de acendradas convicciones liberales, no pudo vestir, al igual que todas las niñas, su largo traje blanco y su velo cándido."
La capacidad de indignación y de sensible respuesta ante las injusticias del mundo se manifiestan en los relatos "La reina", donde Susana defiende a la hija de la lavandera del menosprecio de sus compañeras de juego, y "Soldado de policía", en que se relata el pleito habido entre la narradora y unos muchachitos pueblerinos.
En las frescas vivencias de Chíco Carlo, publicada en 1944, lo biográfico se transforma en asunto literario impersonal y trascendente a través del tratamiento artístico que la autora le confiere. Son relatos donde la animación y autenticidad de lo evocado —seres, hechos, situaciones, paisajes—; es decir, lo verdadero de la realidad vivida, lo cotidiano de los recuerdos infantiles, se combina con la imaginación y fantasía de esos primeros años unificando los temas de los pequeños relato integrantes de este libro.

miércoles, marzo 09, 2011

M’HIJO EL DOTOR

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Autor: Florencio Sánchez, dramaturgo y periodista; 1875-1910.
Otras obras: Puertas adentro, La gente honesta, Cédulas de San Juan, La gringa, Canillita, La pobre gente, Barranca, abajo, Mano santa, Los muertos, En familia, El desalojo, El pasado, La tigra, Moneda falsa, Los curdas, Nuestros hijos, Los derechos de la salud, Marta Gruni, Un buen negocio (teatro); ensayos, y artículos periodísticos.
Género y corriente: Drama costumbrista.
Estructura: Está dividido en tres actos, con 13, 7 y 12 escenas, respectivamente.
Sinopsis: Una pareja de campesinos de la clase media, don Olegario y doña Mariquita, tienen a Julio, su único hijo, estudiando para dotor en la ciudad, de la que viene a visitarlos un mes al año.
Nos enteramos por ciertos diálogos de que en cada venida de Julio hay fricciones entre padre e hijo, debidas a la brecha entre generaciones; diferencias tanto de época, costumbres y educación, rozno de moral; por lo tanto, distintos modos de pensar y vivir. El gaucho viejo, don Olegario, representa el pasado campirano, patriarcal, tradicionalista y conservador; en tanto Julio encarna el espíritu juvenil, liberal, individualista y rebelde de los nuevos tiempos. En cierto modo, simbolizan también la eterna oposición campo-ciudad, acentuada aún más en aquella época del novecientos.
En una de las tantas estadías de julio en la estancia, al comienzo del drama, hay un nuevo enfrentamiento entre éste y su padre, enfermo del corazón desde hace un tiempo. Molestan al gaucho viejo el aire de "príncipe" que se da su hijo al querer desayunarse con chocolate, que sean las once de la mañana y aún no se levante, que se haya cambiado su nombre de Robustiano por el de Julio, "pa que no le tomen olor a campesino"; que se avergüence de ellos, "viene a mirarnos por encima del hombro, a tratarnos como si fuera más que uno, a reírse en mis barbas de lo que digo y de lo que hago, como si fuera yo quien debe respetarlo y no él quien... ¡En cuanto le observo algo, se ríe y se pone a discutirme con un airecito y una sonrisita!... ¡Como si me tuviera lástima!", y, en fin, el que lo trate con desenfadada familiaridad, sin respeto alguno, palmeándolo en la espalda, "porque a julio esos modales le parecen más cariñosos".
Doña Mariquita y Jesusa, una muchacha huérfana que en la estancia vive como ahijada de la pareja de campesinos, lo defienden, porque "Julio tiene otras costumbres otra educación en la ciudad se vive de otra manera no por eso ha dejado de querernos si fuera un campero como nosotros, no estaría pa ser dotor."
El enojo y el rechazo de don Olegario, sin embargo, tienen una razón: se ha enterado de que su hijo, a pesar de ser buen estudiante y tener buenas calificaciones, anda en malos pasos en la ciudad pues, para pagar sus deudas, ha sacado dinero del banco usando la firma de don Eloy, un labrador rico, amigo de la familia, y ha dejado protestar el documento. Además, le han metido en el cuerpo unas ideas descabelladas y hasta creo que le da por ser medio anarquista o socialista y no cree en Dios". Don Olegario está indignado. "¡Canalla! ¡Farsante! ¡Dotor en trampas! ¡Deshonrar su nombre y el mío! ¡Infeliz! ¡Eso es una estafa!; la he pagado ya, pero ¿quién nos quita de encima esa mancha?... es un libertino, un calavera, un perdido."
Cuando el gaucho viejo pide cuentas al hijo de su censurable comportamiento en la ciudad, Julio le responde con soberbia y desenfado. En el colmo de su indignación, don Olegario lo echa de la casa y quiere castigarlo con el rebenque, si su hijo no se pone de rodillas y le pide perdón. Con esta escena termina el primer acto.
A causa del disgusto, don Olegario enferma y es necesario llevarlo a la capital. Doña Mariquita y Jesusa se ven allá con Sara —la prometida de julio— y su madre, que vienen a visitarlas. Jesusa está muy triste y desesperada, porque espera un hijo de Julio, quien la sedujo cuando estuvo en la estancia.
En un diálogo a solas con Jesusa, Julio evade toda responsabilidad; nadie es culpable, él quiere a Sara y no a ella, además es ridículo casarse sin amor, ni siquiera sabiendo que un hijo viene en canino. Sólo pide que lo comprenda y lo perdone. Jesusa sufre en silencio, no le reprocha ni le reclama nada; ella lo sigue amando por sobre todas las cosas.
Por otra parte, don Eloy, hombre bueno, rico, joven y bien parecido, pretende a Jesusa, pero ella no lo quiere y varias veces lo desdeña.
Después, cuando don Olegario se entera de toda la situación, su furia es indecible. Quiere obligar a Julio a casarse con Jesusa; el joven se niega rotundamente y padre e hijo dejan de hablarse. El pobre gaucho se agrava.
Finalmente, gracias a la cariñosa intercesión de doña Mariquita para restablecer la paz en la familia, Julio accede de mala gana a casarse con Jesusa.
Luego de la muerte, ya inminente, del gaucho viejo, Jesusa libera a Julio del compromiso y le dice que no tiene por qué cumplirlo. Julio, entonces se da cuenta de la bondad y nobleza de esta "gentil criatura", y "lo que no hizo la pasión ni la violencia, lo que no pudo lograr el dolor mismo, lo hará esa grandeza de alma que descubres recién. ¡Te quiero mía, mía para siempre!" Así, con el corazón de Julio —el dotor citadino ganado por el amor de Jesusa —la campesina humilde—, termina esta obra.
La producción dramática de Florencio Sánchez, realizada en su corta vida, basta para considerarlo el autor teatral uruguayo más trascendente de su época. En M'hijo el dotor, como en la mayoría de sus obras, destacan el desarrollo escénico, los efectos dramáticos, la grandeza poética, la verdad humana de situaciones y personajes y, en fin, el aspecto clásico de sus temas, que van más allá de todo regionalismo.
Representada por primera vez el año de 1903 en Buenos Aires. La obra pertenece al ciclo de los dramas de asunto rural; la acción se ubica a principios de siglo. El primero y el tercer actos se desarrollan en una estancia del Uruguay, y el segundo en Montevideo.

ARIEL

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Autor: José Enrique Rodó, ensayista, periodista y político; 1872-1917.
Otras obras: El que vendrá, La vida nueva, Liberalismo y, jacobinismo, Motivos de Proteo, El mirador de Prospero, El camino de Paros, Nuevos motivos de Proteo, Últimos motivos de Proteo [póstumos los tres citados al final] (ensayos), y artículos políticos y de crítica.
Género y corriente: Ensayo literario modernista.
Estructura: Está compuesto de presentación, cuerpo del discurso, arenga final y despedida.
Sinopsis: El "viejo y venerado" maestro Próspero dirige un discurso a sus jóvenes alumnos con motivo del fin de cursos. Pero, ¿por qué el título de la obra? "Ariel, genio del aire, representa —en el simbolismo de La tempestad de Shakespeare— la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es también el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida."
La inolvidable lección da principio con las palabras de Goethe "sólo es digno de la libertad y la vida, quien es capaz de conquistarlas día a día para sí", y el maestro Próspero las fortalece y amplía al decir que "el honor de cada generación exige que ella (la libertad) se conquiste por la perseverante actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio, y por su fe en determinado ideal; para lo cual es necesario, primero, la fe en nosotros mismos".
El propósito del viejo educador es hacer ver a sus alumnos que, por ser jóvenes, poseen las características señaladas por Ariel: el amor, la alegría, el entusiasmo, el optimismo, la esperanza, que unidos a la razón les darán la fuerza necesaria para renovar la sociedad.
Como se observa, el discurso de Próspero versa sobre los valores éticos de nuestra época.
"Ariel —escucharnos nuevamente al maestro--- es el ideal griego de la armonía entre el pensamiento y la acción. Ariel debe estar siempre presente porque su significado, que es el amor a la belleza, es el rumbo que nos lleva a esa armonía."
Próspero invita a sus alumnos a desarrollar no un solo aspecto, sino la totalidad del ser, ya que del florecimiento de nuestra naturaleza surgió el "milagro griego", inimitable mezcla de animación y serenidad de las fuerzas del espíritu y del cuerpo. Pero también los previene contra Calibán, símbolo de la sinrazón, del egoísmo utilitario, de la mutilación del espíritu o "por la tiranía de un objetivo único e interesado". "Éste —oímos al maestro— es el gran peligro que puede encontrarla juventud, y radica en la desviación de. una vida espiritual por una actividad de tipo utilitario. Este género de servidumbre debe considerarse la más triste y oprobiosa de todas las condenaciones morales. No entreguéis nunca a la utilidad o a la pasión sino una parte de vosotros. Aun dentro de la esclavitud material, hay la posibilidad de salvar la libertad interior."
Para ilustrar sus palabras, Próspero cuenta entonces la Parábola del rey hospitalario. Era éste un rey de Oriente, pío, espléndido, sensible y generoso, "su palacio era la casa del pueblo; todo era libertad y animación dentro de este augusto recinto, cuya entrada nunca tuvo guardias que vedasen." Pero dentro, escondida y oculta, "una misteriosa sala se extendía, en la que a nadie era lícito poner la planta, sino al mismo rey". Paz, silencio, soledad, recogimiento, reinaban en esa "prohibida estancia", era el lugar en donde el rey soñaba y meditaba a solas.
Cuando el soberano murió, "la impenetrable estancia quedó clausurada y muda para siempre, para siempre abismada en su reposo infinito. Del mismo modo —concluye Próspero— una parte de nosotros debe estar abierta a los extraños, pero otra más íntima debe cerrarse a las miradas indiscretas"; a esta celda "escondida y misteriosa sólo llegará, sutil visitante, el ocio noble de los antiguos", que él denomina pensamiento, ensoñación, admiración. "Sólo cuando penetréis dentro del inviolable seguro podréis llamaros, en realidad, hombres libres."
Rodó, luego de poner en voz del viejo maestro sus conceptos del paralelismo existente entre belleza, justicia y moral, contrapone dos estilos de vida: la idealista y la utilitaria, en vista de lo cual hace un elogio a la democracia, en el sentido de que no debemos destruirla sino educarla, completarla con la presencia de una autoridad intelectual y moral que impida el desarrollo de sus posibles tendencias utilitarias.
La lección de Próspero, poblada de referencias literarias y filosóficas, concluye con una exhortación final: "Afirmando primero el baluarte de vuestra vida interior, Ariel se lanzará desde allí a la conquista de las almas."
Dentro de las características del ensayo, es un texto filosófico donde se combinan las ideas de una ética universalista con la belleza de una prosa tersa, rica y pura, nutrida de gran erudición, en consonancia con la tendencia modernista suscrita por Rodó.
Las ideas humanistas de este pensador uruguayo ejercieron una fecunda acción educativa en todo el continente hispanoamericano durante las primeras décadas del siglo XX. Fue publicada en 1900.

miércoles, marzo 02, 2011

TABARÉ

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Autor: Juan Zorrilla de San Martín, poeta, periodista, diplomático y político uruguayo; 1855-1931.
Otras obras: Notas de un himno, La leyenda patria, Huerto, cerrado, La epopeya de Artigas (poesía); Resonancias del camino, Conferencias y discursos, El Libro de Ruth, El sermón de la paz (prosa), etcétera.
Género y corriente: Poema narrativo romántico.
Estructura: Está compuesto por una introducción y tres libros que, a su vez, se dividen en: dos cantos, el primero, y seis cantos cada uno de los segundo y tercero. Los cantos están formados por una cantidad variable de divisiones líricas numeradas.
Sinopsis: Magdalena, una bella española, es abandonada durante un ataque de los indios a los primeros conquistadores desembarcados en tierra uruguaya. El cacique charrúa Caracé la toma como mujer y tienen un hijo de tez clara y ojos azules a quien Magdalena bautiza con el nombre de Tabaré y durante su niñez le infunde la religión cristiana. Pero la madre, llena de tristeza y soledad en medio de aquellos salvajes, muere dejando muy pequeño a su vástago.
Pasa el tiempo y al cabo de muchos años nuevos conquistadores españoles establecen un villorrio junto al río San Salvador.
Entre hispanos y charrúas se desencadena una guerra que lentamente va acabando con los indios. La tribu agoniza, ya han muerto sus mejores caciques: Zapicán, Abayubá, Añagualpo, Yandinoca, Tabobá, Magaluna, Yací, Teyú y otros igualmente valientes.
Don Gonzalo de Orgaz, jefe de la plaza española, trajo consigo a su esposa, doña Luz, y a su hermana Blanca
"esa otra niña de tez morena,
la hermosa, la inocente Blanca,"
de ojos negros y profundos
"en que la luz del sol de Andalucía
brillo de estrellas, presta a las miradas."

Cierto día, sale del villorrio un grupo de españoles en plan de atacar a los charrúas y regresa con muchos prisioneros, entre éstos se destaca uno menos moreno y con ojos azules; además, toda su actitud lo diferencia profundamente de los demás cautivos. Parece triste o enfermo, más aún cuando conoce a Blanca. Al verla, sin distinguirla bien del recuerdo borroso que conserva de su madre, se enamora de ella.
Tabaré se resiste a sus sentimientos. Lucha entre el odio de su raza, enemiga de los españoles, y la adoración a Blanca. La joven, cuando lo ve, siente afecto por aquel mestizo. Le tiene compasión, se conduele de él e intercede para que su hermano lo deje libre y no lo encadene. A los ruegos de Blanca se unen las palabras del padre Esteban, quien sirve de intermediario para defender al joven. No así doña Luz, para quien

"esos salvajes, hombres no son;
no tienen alma; no son hijos de Adán;
esta estirpe feroz no es raza humana."

Tabaré pasa por loco ante los soldados. No habla, huye de todos, no duerme, vaga por la noche y a veces, en vela a muy altas horas, le han visto detenerse frente a la ventana de Blanca.
En una ocasión lo sorprenden y persiguen creyéndolo un fantasma. Acosado y sin armas, el indio se defiende desesperadamente. Ya está por caer cuando el padre Esteban llega y detiene a la soldadesca.
Al día siguiente, don Gonzalo, quien no quiere violar la amistad pactada con el mestizo, aunque ahora se le hace sospechoso por sus velas y rondas nocturnas, lo expulsa del villorrio devolviéndole su libertad, pero con prohibición de acercarse al pueblo.
Los charrúas, mandados por el nuevo cacique Yamandú, una noche atacan sorpresivamente a la colonia española. El jefe indio quiere apoderarse de Blanca y por eso ha lanzado el malón sobre el villorrio, pues un día la muchacha se internó demasiado en el bosque y fue vista por el cacique, despertando en éste el deseo por la joven.
Yarnandú, durante el ataque al villorrio, encuentra a Blanca, la rapta y se la lleva al fondo de los bosques, donde espera hasta que ella se recobra del desmayo.
Al volver en sí, Blanca grita y se crispa de miedo cuando ve al cacique mirándola con lascivia. A sus espaldas, oye crujir las ramas y pasos que avanzan. De pronto dos rugidos. El choque de dos cuerpos luchando que se desploman. Un grito ahogado y, por Fin, el silencio. Es Tabaré que oyó a lo lejos el grito de Blanca y corrió en su busca; peleó contra Yamandú estrangulándolo, pero ella lo ignora, pues no ha mirado hacia atrás, no vio la lucha y, por lo tanto, desconoce el desenlace; ni siquiera adivina quién fue su defensor.
Al verse sola, la joven de nuevo siente miedo y gime. Tabaré acude en su ayuda. La calma con sus palabras, y con cuidado y ternura la conduce en sus brazos hasta el fortín español. Don Gonzalo, fuera de sí por la desaparición de Blanca, ve venir al mestizo con ella, corre hacia él y, creyéndolo el raptor, lo mata atravesándole el pecho con su espada.

"La espada del hidalgo
goteaba sangre que regaba el suelo;
inmóvil, don Gonzalo
que aún oprimía el sanguinoso acero,
miraba a Blanca que, poblando el aire
de gritos de dolor, contra su seno
estrechaba al charrúa,
que dulce la miró, pero de nuevo
tristemente cerró, para no abrirlos más,
los apagados ojos en silencio."

Con estas palabras termina el poema.
De esta obra es preciso destacar cuatro puntos:
1. El hilo narrativo es romántico en su concepción, desarrollo y desenlace.
 2. El escenario, la naturaleza agreste del Uruguay con sus selvas, ríos, fauna y flora, está muy bien descrito.
3. El aspecto costumbrista es soberbio en las descripciones del ambiente guerrero de los charrúas.
 4. El fondo teológico, desde el cual el autor expone sus ideas religiosas y la pugna ideológica y espiritual entre indígenas y españoles, es excelente.

Sin embargo, más allá de toda ambientación típicamente americana y de la grandilocuencia propia de la época en que fue escrito (1886), el máximo valor literario de Tabaré radica en su contenido universal.